viernes, 15 de mayo de 2015

INSULA





La vivienda colectiva romana

Las fuentes clásicas, en concreto los Regionarios –listas de monumentos, casas, termas, etc. realizadas por funcionarios encargados de hacer los recuentos y estos listados a principios del siglo IV d. C.-, nos dan la división básica entre los dos distintos tipos de vivienda romana, ya que registran en Roma 1.797 domus y 46.602 insulae.
Las insulae eran los bloques de casas que ocupaban una manzana entre calles. Las viviendas de las insulae tenían ventanas a la calle y sólo si eran de gran tamaño y tenían en su interior un patio cuadrado abrían ventanas y puertas al patio interior. Las distintas divisiones de una insulae se denominaban cenacula, es decir, viviendas independientes con algunas dependencias cada una de ellas –como los pisos de un bloque de viviendas actual-, por lo que su concepción es vertical. Ya en el siglo III a. C. se conocían en Roma insulae de tres pisos de altura (llamadas tabulata, contabulationes o contignationes); Cicerón, De lege agraria 2, 96, decía Romam ... cenaculis sublatam atque suspensam (“Roma sometida a los cenacula y suspendida”). Dado el riesgo que suponía la elevación de los edificios, fue necesaria la regulación de la altura de los mismos, prohibiéndose la construcción de insulae superiores a los 70 pies (=20 metros) de altura. Así encontramos testimonios de insulae de más de tres pisos (Marcial, Juvenal, etc.), en concreto de cinco y seis pisos.
No obstante, las insulae también se dividían en dos tipos: primero, las suntuosas que reservaban la planta baja como vivienda de algún individuo acomodado, gozando del prestigio y de las ventajas de una domus –de hecho, esta planta baja recibía el nombre de domus, en oposición a los demás pisos que seguían llamándose cenacula-; después, las humildes, cuya planta baja se reservaba para tabernae, locales para almacenes y tiendas.
Estas tabernae estaban completamente abiertas al exterior –unos batientes de madera permitían abrirlas por las mañanas y cerrarlas por las noches- y tenían el espacio limitado para albergar un almacén, un taller de artesanía o un mostrador de una tienda. Generalmente, una escalerita al final de la tabernae permitía el acceso a la vivienda del inquilino de la tienda, los guardas del almacén o los obreros del taller; esta vivienda generalmente era única estancia donde se dormía, cocinaba, trabajaba, etc.
Las insulae generalmente ocupaban una superficie entre 300 y 400 m2 y tenían sus paredes hechas de ladrillo aparejado o también podían estar hechas con el más barato opus craticum –un armazón de madera relleno de piedra de machaqueo y mortero-, con numerosas y amplias puertas y ventanas. La línea de fachada de las tabernae estaba protegida por unos pórticos; al mismo tiempo en las calles anchas las insulae podían tener logias o pérgolas –pergulae- que reposaban sobre los pórticos o balcones –maeniana- de madera, ladrillo, etc.; las pilastras de las logias y balcones se decoraban con plantas y las ventanas con macetas. Los suelos de las insulae más suntuosas se revestían con baldosas y mosaicos, mientras que sus paredes podían estar cubiertas por pinturas de colores vivos. Sólo en la planta baja había retretes y quizás agua corriente, por lo que eran viviendas miserables e insanas. En contrapartida, las insulae solían tener poca solidez en su construcción, escasez de mobiliario y deficiencias de iluminación, calefacción e higiene.
La desproporción entre la superficie y la altura de las insulae las hacía inseguras, siendo muy frecuentes sus derrumbamientos; así se legisló sobre el grosor de los muros para lograr una mayor base de apoyo para los distintos pisos (45 cms. en época de Vitruvio). Otro problema eran los frecuentes incendios. Las insulae eran construidas con vigas de madera, pero para cocinar y para calentarse se usaban infiernillos portátiles, velas, lámparas de aceite, antorchas, etc.; a ello se suma que el suministro de agua rara vez llegó a las insulae, de modo que los incendios estaban a la orden del día y su sofocamiento era una tarea bastante ardua, por cuanto se propagaban con gran rapidez a otros cenacula y a otras insulae.

Problemas
Generalmente el lote era comprado por un empresario que invertía en la insula y trataba de sacar el mayor provecho de estas. Era una inversión especulativa donde se trataba de invertir lo menos posible, ahorrando en materiales y calidad de construcción y a la vez aprovechando el espacio de la mejor manera posible, construir más y más plantas. Esta búsqueda de una mejor rentabilidad del suelo adquirido llevaba a que algunas insulas superaran los 7 u 8 pisos y los derrumbes se hicieron eco de esto.
Los incendios, como dijimos, eran moneda corriente. Uno de los factores que promovió la propagación del impresionante incendio que tuvo suceso durante el imperio de Neron fueron las insulas incendiándose una tras otra. Luego de este incendio, y es por lo que se sospecha que fue provocado intencionalmente, se construyó una ciudad mejor planificada arriba de las ruinas.

Restricciones y leyes

Julio César, quizá por haber vivido en una insula en su juventud, fue uno de los primeros lideres en ver los problemas que traían a la salud pública. No solo en la cantidad de pestes y enfermedades que producía el hacinamiento en tan incomodas condiciones de vida. Una de las mayores causas de muerte eran los incendios y derrumbes que había como ya hemos mencionado. El hecho del poco espacio entre estas estructuras hacía que el fuego se propague de una a otra como en un efecto domino. Para evitar esto con el tiempo se fueron decretando leyes para regular su construcción, aunque era muy difícil que alguien las tomara en cuenta. César estableció una altura máxima de 8 plantas -19 metros- que fue rectificada por Augusto. Otro emperador en ver los problemas de las insulas fue Trajano quien limitó la altura de las insulaes a 6 plantas. Luego cuando se comenzó a utilizar ladrillo y concreto aumentó nuevamente la altura. El ladrillo se comenzó a usar posteriormente, y también una versión primitiva del concreto, por orden de las autoridades.
Una restricción muy importante fue la de ambitus que dictaba una separación mínima entre cada edificio, de esta manera se evitaría la propagación espontanea de incendios, esto logró evitar en parte los incendios. Recordemos que estas viviendas no tenían cocinas ni baños y generalmente la gente para calentarse o cocinar empleaba braceros, los cuales eran un peligro mortal en una estructura de madera -esta fue otra de las razones por las cuales se comenzaron a utilizar otros materiales en períodos posteriores-.
Dichas restricciones y leyes mejoraron en gran medida la calidad de las construcciones. Se limitaron considerablemente los incendios y derrumbes que tanto eco hacían en los escritores de la temprana República. Hoy en día sobrevivieron algunas edificaciones, obviamente de las mejor construidas lo que no nos da una visión objetiva de como era las construcciones más precarias.


FUENTES:

- CARCOPINO, Jerôme: La vida cotidiana en Roma en el apogeo del Imperio, Madrid, 1993
- CONNOLLY, Peter y DODGE, Hazel: La Ciudad Antigua. La vida en la Atenas y Roma clásicas, Madrid, 1998
- PAOLI, Ugo Enrico: URBS. La vida en la Roma Antigua, Barcelona, 1990
www.imperivm.org

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