LAS PRIMERAS “CIUDADES DE LA INDUSTRIA”: TRAZADOS URBANOS, EFECTOS TERRITORIALES Y DIMENSIÓN PATRIMONIAL. LA EXPERIENCIA DE NUEVO BAZTÁN (MADRID)
Ciudad e industria. Algunas reflexiones sobre el concepto de ciudad industrial
Las actividades económicas han configurado históricamente la morfología y funcionalidad de las ciudades, territorios y regiones, desde los barrios de artesanos que marcan la fisonomía de partes de la ciudad antigua, medieval y moderna, a las posteriores poblaciones preindustriales surgidas en la proximidad de fuentes de energía y materias primas, o hasta la configuración de áreas urbanas y colonias destinadas a la industria masiva en los siglos XIX y XX.Los paisajes urbanos industriales constituyen una herencia de las funciones urbanas de la ciudad, y posibilitan el análisis de su cualidad como producto cultural derivado de los usos económicos asumidos a lo largo de la historia o en un momento determinado del tiempo[1].
Desde hace varias décadas el concepto de ciudad industrial ha sido objeto de diversas reflexiones críticas por parte de la historiografía de la ciudad, centradas en la posibilidad de definir al menos dos realidades que comparten pero también divergen en sus contenidos y significados. Una de sus acepciones, la más empleada genéricamente, es la referida a las estructuras urbanas afectadas por los procesos capitalistas y sistemas de producción mecanizada desarrollados principalmente desde el siglo XIX, esto es, la ciudad que recoge la influencia de los cambios productivos determinados por la Revolución Industrial con todas sus implicaciones políticas, económicas, o sociales. Pero además, partiendo de una clasificación funcional, se pueden tipificar genéricamente como “ciudad industrial” aquellas poblaciones creadas ex novo, por y para ejecutar uno o varios procesos productivos de manera unívoca o en simbiosis con otras actividades económicas. En estos casos, se planifican alojamientos para los trabajadores y administradores, así como los equipamientos necesarios para el desarrollo de la vida cotidiana[2].
En este último supuesto la ciudad industrial sería una categoría de ciudad, definida por la actividad dominante, mientras que en el primero sería un enunciado referido a una fase o período de su desarrollo histórico. Por ello, para algunos expertos sería inexacta la aplicación de esta clasificación nominal en este último caso, apostando por el término más adecuado de “ciudad de la edad industrial”, ciudad burguesa, o ciudad moderna[3], ya que, como afirman Louis Bergeron y Marcel Roncayolo, existe una ambigüedad en la aplicación del término industrialización, al no constituir éste el único factor de crecimiento urbano en el S. XIX, ni imponerse como fenómeno de una sola vez y de manera sincrónica en todas las regiones europeas, ni centrarse y extenderse a todas las actividades productivas por igual, al mismo ritmo y a la sociedad tanto sectorialmente como geográficamente[4].
Al hilo de estas consideraciones, es preciso agregar que la ciudad no ha poseído históricamente el monopolio de la implantación industrial, y según los momentos y las regiones no es tampoco el lugar prioritario. Las industrias antes y después de la revolución de los transportes se ubicaron a menudo en la proximidad de las fuentes de energía y las materias primas, desplazándose hacia localizaciones estratégicas del medio rural por motivos diversos: proximidad a las materias primas, facilidad de comunicación entre puntos de destino, menor coste del suelo, mayor control de la producción y del factor humano. En la transición de la etapa preindustrial a la industrial, si los núcleos urbanos consolidados comenzaban a ser el lugar privilegiado para la actividad productiva, esta realidad coexistía con una tradición preindustrial basada en una red de centros de producción rurales que materializaron lo que los enciclopedistas denominaron “industrias o manufacturas dispersas”, consistentes tanto en formas de producción mixta como en la fragmentación de las actividades en el territorio. Los asentamientos rurales dedicados a la industria precedieron, acompañaron y subsistieron a las grandes revoluciones industriales urbanas. Ambas realidades, manufacturas concentradas frente a manufacturas dispersas serían objeto de sendos debates en la Europa del siglo XVIII en función de las ventajas de cada variante respecto al tipo de artículos a producir. Por estas razones, parece oportuno, desde los orígenes de la industrialización, expandir el estudio de la ciudad industrial a la región industrial, ya que la ciudad desde antiguo comprende también su área rural circundante, y por ello cualquier metodología de estudio debería implicar la organización territorial de lo urbano[5]. Del mismo modo que la ciudad o población industrial no siempre constituye un ente unifuncional, siendo el binomio industria-agricultura la solución más extendida en la formación de colonias y ciudades industriales en la edad moderna y contemporánea.
La eclosión de buena parte de ciudades o colonias industriales contemporáneas se produjo como consecuencia de la mala reputación que fue adquiriendo el crecimiento urbano debido a la industrialización masiva. De este modo, en la propia génesis de la ciudad industrial emergió una potente e influyente tendencia crítica antiurbana y anti-industrializadora contra los organismos urbanos aniquilantes y distorsionadores de las formas de vida preindustriales vinculadas a los modos de producción artesanales y a los medios de vida rurales[6]. Principalmente en Inglaterra y Francia proliferan en el siglo XIX propuestas de reformadores sociales y filántropos que reaccionan ante los desaciertos de un medio urbano en constante progreso expansivo y demográfico por el avance del sistema de producción capitalista[7]. Pensadores y políticos como Engels, Marx, Fourier, Proudhon, Carlyle, Considérant, Ruskin, Pugin, Robert Owen o Morris enarbolaron una crítica a la “ciudad industrial” existente y plantearon en muchos casos nuevas fórmulas ideológicas, funcionales y morfológicas que constituyeron las bases de las colonias y ciudades creadas para la industria. Algunas de estas propuestas teóricas trataron de vislumbrar la posibilidad de una “arcadia industrial” semi-rural, donde los principios del pensamiento utópico-positivista sobre la armonía de clases dentro del mundo del trabajo pudieran materializarse. Con una fuerte impronta paternalista, se promoverá una mejora del hábitat, del equipamiento y el espacio público encubriendo en el fondo la búsqueda de la máxima rentabilidad de la producción mediante elcontrol sistemático de los espacios y tiempos de los individuos, la homogeneización de las mentalidades, y la racionalización de los itinerarios y los espacios en los que se desarrollaban los procesos humanos y mecánicos[8]. En estas colonias y ciudades se plantea una nítida zonificación –residencial, industrial, equipamientos, zonas verdes y cultivos-, que preludia el proyecto de ciudad industrial de Tony Garnier, el movimiento de las ciudades-jardín, las ciudades industriales del des-urbanismo soviético, filtrándose finalmente en la ideología urbana del Movimiento Moderno.
Las primeras experiencias de planificación urbana para la industria
En los siglos de la Edad Moderna aparecen los primeros ejemplos de poblaciones industriales en las que se plantea una segregación del mundo del trabajo, antes inscrito o mezclado en los ganglios de la ciudad de origen antiguo o medieval, conformando organismos urbanos que a menudo expresan en sus trazados un orden que no obedece sólo a la necesidad económica sino también a la expresión de funciones ideológicas. También un corpus teórico que alimenta una idea de ciudad que servirá como punto de partida para entender en qué presupuestos se cimentó la cultura urbanística que subyace en la planificación de Nuevo Baztán.
Sin duda recogiendo el sentir de su tiempo, la Nueva Atlántida (1638)[9] de Francis Bacon anuncia un cambio de mentalidad respecto a las utopías anteriores, al presentar una suerte de utopía científica que apuesta por el conocimiento experimental, el impulso de la industria y el utilitarismo de las máquinas, elementos que constituirán la génesis de la Revolución Industrial inglesa. A su vez, la Descripción de la Sinapia, península en la tierra austral, manuscrito anónimo y no datado, atribuido a su propietario, el Conde de Campomanes, refleja las transformaciones operadas en la transición hacia el siglo ilustrado en su valoración económica de la ciudad y el territorio para adaptarlos a las nuevas necesidades del comercio, la industria o la agricultura, a través de un nuevo modelo de ciudad plasmado en un trazado cartesiano extensible al territorio, reflejando en su malla espacial isótropa una suerte de mundo igualitario y armónico donde se dignifica el mundo del trabajo[10].
En la Europa del S. XVII asistimos a la aparición de ciudades o poblaciones vinculadas a diversas actividades industriales por iniciativa privada o estatal, unidas a la firme voluntad de activación socio-económica de territorios pobres y despoblados, pero a menudo también pensadas como mecanismos de poder y ascenso social. En Francia aparecen algunos de estos ejemplos pioneros, en ocasiones manteniendo elementos simbólicos y formales de los esquemas organizativos tradicionales del poder eclesiástico-civil. Es el caso de la ciudad de Charleville, fundada en 1606 por el duque Carlo Gonzaga Nevers con el fin de atraer colonos ofreciendo tierras y privilegios a todos los que quisieran establecer manufacturas. El grabado de hacia 1626 que representa la ciudad a vista de pájaro muestra un esquema ideal de urbe fortificada de perímetro abaluartado que encierra un trazado en retícula fuertemente jerarquizado en torno a la plaza ducal central (Figura 1). De mayor trascendencia, algunas manufacturas promovidas por Colbert en Francia se organizan como pequeñas ciudades autosuficientes: la fábrica de espejos de Tour-la-Ville, cerca de Cherburgo (1666); la de tejidos de Villeneuvette (1667), las factorías textiles de Van Robais en Abbeville (1665) y Sedan. Algunas de estas ciudades planificadas de nueva planta deben su origen a la defensa militar vinculada a la expansión del comercio marítimo. La ciudad de Rochefort fue fundada en 1665 como arsenal y puerto naval de la marina por iniciativa de Colbert sobre un lugar de la costa del Atlántico en la desembocadura del río Charente, en un emplazamiento elegido por una comisión real de la que Blondel formaba parte. Su trazado en semicírculo irregular se adapta a la curvatura del río y revela una clara zonificación en función de las necesidades y usos de cada parte de la ciudad, por ello, tal como se aprecia en el plano de 1785, el cambio respecto a Charleville resulta evidente, ya que en este caso, los esquemas teóricos y su valor estético se subordinan a la función que determina la clara organización de los diversos grupos de edificaciones[11] (Figura 2).
Figura 1. Charleville. Plano de Moreau. Siglo XVII.
Fuente: Lavedan et al. L´urbanisme à l´époque moderne. XVIe-XVIIIe siècles. |
Figura 2. Detalle del plano de la ciudad, del puerto y del arsenal de Rochefort (1785).
A.N. Archives de la Marine. Fuente: Lavedan et al. |
Con el tiempo, la industria de promoción estatal crearía un repertorio importante de nuevos núcleos apareciendo una simbiosis de antiguos y nuevos repertorios lingüísticos y urbanísticos. Las salinas de Chaux, en el Jura, construidas entre las poblaciones de Arc y Senans según el proyecto de Ledoux de 1774, constituyen un ejemplo de ciudad industrial fundada ex novo, incorporando un programa de reformas en dos niveles: el acomodo físico de los trabajadores en la estructura social de producción; y la expresión arquitectónica, capaz de dotar a la industria de un lenguaje que reforzara tanto la vigilancia como la vida en común[12]. Como han estudiado Anthony Vidler y Thomas Markus, a lo largo del siglo XVIII asistimos a la concreción formal de la industria y a la aparición de tipos especializados que emergerán en el seno de ciudades utópicas de la producción, en las que también surge la plasmación del discurso sobre la vigilancia en la forma compositiva del conjunto, como ocurre en el plano de Pierre Toufaire para la siderúrgica de Le Creusot en la Borgoña francesa (1781)[13], donde el eje axial conecta simbólicamente la casa del patrón en la parte superior con los edificios productivos y la fundición en el extremo inferior, uniendo en el mismo eje control e inversión, y situándose los trabajadores en las márgenes del conjunto. Así, en el caso de Chaux el espacio destinado al patrón se sitúa en el punto central del panóptico desde donde ejercer simbólicamente un supuesto control –más simbólico que visual- sobre los espacios perimetrales destinados a los trabajadores.
Pero además, al margen de sus enfáticas composiciones urbanas, como reflejan las salinas de Chaux, estas poblaciones industriales llevaban implícita una organización territorial y regional de la actividad que transformaría el carácter del territorio tanto funcional como físicamente de ahora en adelante. Las láminas de los diversos proyectos utópicos de Ledoux constituyen un documento excepcional que expresa la dimensión iconográfica y estética conferida a la industria de promoción estatal, y a su vez, la asignación a ésta de un papel de reactivación del territorio nacional en el seno del pensamiento ilustrado. Los proyectos en torno al bosque de Chaux y los valles vecinos, entre 1775 y 1800 preveían la instalación de fábricas, talleres, instituciones y viviendas de todo tipo, destinados a revelar un nuevo orden industrial que incluía el campo, puesto que la producción de la sal y el hierro se mantenía gracias a una gran fuerza de trabajo y materias primas procedentes del bosque, de una “Economía rústica”, como la había denominado Diderot, que demostraba la estrecha interrelación entre industria y agricultura en el período que nos ocupa. Cobra así sentido el comentario de Vidler sobre las salinas de Arc et Senans, “(…) la geometría centralizada de las salinas se expandía radialmente y a lo largo de sus ejes para controlar todo un territorio, como si en el propio acto de medición, trazado y construcción de una red de comunicaciones la tierra quedara destinada al cultivo productivo” (Figura 3)[14].
La asimilación del pensamiento ilustrado sobre el necesario y urgente impulso de la industria y el comercio por parte del Estado, se materializaron en España en la creación de Reales Manufacturas y otras experiencias productivas, fábricas de artículos suntuarios, metalurgia y textiles, que serían controlados en régimen de monopolio. No obstante, desde el punto de vista urbanístico las industrias del siglo XVIII en contadas ocasiones produjeron grandes transformaciones urbanas y edificatorias en las poblaciones ya existentes, siendo también muy escasa la creación de poblaciones de nueva fundación de relieve[15]. Merece destacarse en este punto la importación del debate político-económico sobre la tipología de las manufacturas en función de su emplazamiento, de forma semejante a como se planteaba en el artículo Manufacture contenido en la Encyclopédie ou dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des metiers (1751-1765). En suma lo que se planteaba era la disociación entre emplazamientos urbano y rural para la industria, y la conveniencia de adoptar una u otra fórmula en relación al tipo de artículos fabricados: la manufactura dispersa por un lado, formada por talleres artesanales y asociada al ámbito rural; y la manufactura concentrada, en contextos urbanos y adoptando generalmente el modelo de fábrica que reunía en un único recinto las diversas fases del proceso productivo y destinada a producir artículos suntuarios y otros demandados en la ciudad[16].
La industria en el ámbito rural daría lugar a la aparición de los primeros núcleos que incluyen sistemáticamente equipamientos residenciales o poblaciones de nueva planta con fines productivos. Algunos conjuntos fabriles surgen en el medio rural por motivos de optimización de las materias primas y fuentes de energía. Es el caso de las Reales Fábricas de Municiones de Hierro de Eugui (1766) y Orbaiceta (1784), o de la Real Fábrica de latón, cobre y cinc de San Juan de Alcáraz (1773-1800)[17], a modo de conjuntos que siguen ordenaciones orgánicas, distribuyendo sus edificios productivos, viviendas y otros equipamientos en diversas cotas adaptadas a la orografía del terreno.
Sin embargo, estas experiencias no adoptaron el rango de poblaciones industriales. Nuevo Baztán y el Real Sitio de San Fernando de Henares, en el SE de la provincia de Madrid, son las únicas poblaciones creadas ex novo con fines productivos en el ámbito rural que surgen en la primera mitad del siglo XVIII en España. San Fernando, próximo a la Corte, fue incorporado a la Corona en 1746 a instancias del rey Fernando VI con el objetivo de establecer una Real Fábrica de Paños[18]. En su trazado urbano, nunca colmatado según la idea original y profundamente desvirtuado con el tiempo, se produce un trasvase a fines utilitarios de esquemas de composición barrocos vinculados a elementos representativos. Como refleja la cartografía y planos conservados, la Corona no busca aquí expresar su prestigio personal creando una ciudad cortesana con la industria subordinada al contenedor palacial, sino que reclama su papel de promotora de la industria. El difundido plano del Real Sitio firmado por Vargas Machuca hacia finales del S. XVIII, confirma en sus rotulaciones la función predominantemente fabril que tuvo la población y no la regia residencial que le asignaron algunos autores como Lavedan, quien plantea una lectura algo distorsionada del concepto de estas primeras poblaciones industriales españolas cuya memoria del trabajo se pierde o desvirtúa con el paso del tiempo.
El Real Sitio de San Fernando es una muestra de ejemplo simbiótico, como Nuevo Baztán y otros ejemplos coetáneos, entre manufactura concentrada y manufactura dispersa pues nace como una entidad autosuficiente formada por el núcleo poblacional y su territorio circundante, donde se hallaban cultivos, huertas, una red canales y azudes, un batán, un tinte, un molino de papel y carbón, instalaciones secundarias de la industria pañera que servían a la factoría principal, alejadas del núcleo de población por la proximidad a la fuente de energía y a la materia prima, o para evitar riesgos e impactos medioambientales nocivos (Figuras 4 y 5).
Figura 3. C. N. Ledoux. Proyecto de Salinas de Arc et Senans, 1775-1779.
Fuente: A. Vidler. El espacio de la Ilustración. |
Figura 4. Plano Geométrico del Real Sitio de San Fernando y su Jurisdicción. Detalle.
Carlos Vargas Machuca, 1796-1799. AGP. Fuente: Comunidad de Madrid. El patrimonio arqueológico y paleontológico. |
En síntesis, en estos primeros asentamientos planificados para la industria en el tránsito entre la cultura urbanística barroca a la ilustrada aparecen en toda Europa varias particularidades influyentes en el futuro: el discurso sobre la vigilancia, las respuestas a la voluntad de zonificación funcional mediante la materialización de un plano ideal basado en composiciones axiales y simétricas, o en la aplicación severa de sencillos esquemas en damero combinados con elementos escenográficos -plazas y ejes de perspectiva, o bien en ordenaciones que buscan un efecto más orgánico y pintoresco. Formas urbanas donde se evidencia una voluntad que excede el mero funcionalismo como ocurre en la ciudad lituana de Kunsztow (Figura 6) creada en 1780 sobre el río Lolosna, a instancias de la dirección de la Tesorería Real de las manufacturas del Estado para la producción de mercancías de lujo como cristalería, sedas, naipes, y a otras industrias pesadas como fundiciones, forjas, fábricas de munición, cuyo proyecto, realizado sólo parcialmente, destaca por el experimentalismo de su diseño unido a la ubicación funcional de los diversos sectores productivos en relación a la fuente de energía hidráulica. El serpenteante curso fluvial parece determinar un trazado que huye de la regularidad y la simetría para plantear un flexible esquema policéntrico a modo de diagrama abierto e intercambiable, variado y orgánico, constituido a partir de la organización de fábrica y viviendas obreras en torno a circus o plazas conectadas por vías radiales. En fechas cercanas, en Nápoles, el rey Fernando IV de Borbón, fundador de la colonia sedera de San Leucio como parte del Belvedere Real del Parque de Caserta, remodelado en 1778 con objeto de albergar una serie de industrias de la seda destinadas a suministrar materiales a las ricas residencias aristocráticas del reino y del exterior, y que incluía además equipamientos como casas para los obreros, iglesia, escuela, y aposentos reales, vislumbró la idea de emprender en sus posesiones una “gran comunidad obrera”[19] alojada en un ambicioso proyecto experimental, Ferdinandopoli, una ciudad para la industria de la seda cuidadosamente planificada según los esquemas de una ciudad ideal radio-concéntrica, con una plaza central de trazado radial con catedral, casino real y teatro (Figuras 7-8).
Por último, es preciso reiterar los efectos inducidos por estos núcleos de actividad en su territorio. Un territorio modificado por la industria, como se ha venido demostrando, contenedor de las redes y nexos que dotan de significado a estos conjuntos, por tanto, los análisis de las tramas urbanas y de los efectos territoriales y paisajísticos son elementos imprescindibles a considerar en toda investigación histórica y en las políticas de recuperación del patrimonio industrial.
Figura 5. Plano Geométrico del Real Sitio de San Fernando y su Jurisdicción.
Fragmento. C. Vargas Machuca, 1796-1799. |
Figura 6. Planta del poblado industrial de Kunsztow.
Lituania, 1780. Fuente: Th. Markus,Buildings & Power. |
Figura 7-8. Planta de la Colonia de San Leucio (Nápoles).Hipótesis de adaptación a la fundación deFerdinandopoli
Fuente: Sica, Historia del Urbanismo. El siglo XVIII. |
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