miércoles, 12 de noviembre de 2014

CIUDAD IDEAL EN EL RENACIMIENTO.



Ciudad ideal by Spekle 1608

LAS UTOPIAS RENACENTISTAS,
ESOTERISMO Y SIMBOLO
I. ARTES IGNOTAS DEL RENACIMIENTO
FEDERICO GONZALEZ
Ê
"El mundo, pues, es todo sentido, vida, alma, cuerpo, estatua del Altísimo, hecha para su gloria con potestad, discreción y amor. De nada se lamenta. Se producen en él muchas muertes y vidas, que sirven para su gran vida. Muere en nosotros el pan, y se hace quilo, luego muere éste, y se convierte en sangre, luego muere la sangre y se hace carne, nervios, huesos, espíritu, semen, y padece varias muertes y vidas, dolores y voluptuosidades; pero sirven para nuestra vida, y nosotros no nos dolemos, sino que gozamos. Así para todo el mundo todas las cosas son gozo y sirven, y cada cosa está hecha para el todo, y el todo para Dios a su gloria."
"Están como lombrices dentro del animal todos los animales dentro del mundo, y no piensan que él sienta, como las lombrices de nuestro vientre no piensan que nosotros sentimos y tenemos un alma mayor que la suya, y no están animados por la común alma feliz del mundo, sino cada uno por la propia, como las lombrices en nosotros, que no poseen nuestra mente por alma, sino su propio espíritu."
"El hombre es epílogo de todo el mundo y admirador de éste, si es que quiere conocer a Dios, pero es algo creado. El mundo es estatua, imagen, templo vivo de Dios, donde ha pintado sus gestos y escrito sus conceptos, lo adornó con estatuas vivas, simples en el cielo y mixtas y débiles en la tierra; pero desde todas hacia Él se camina."
"Bienaventurado aquel que lee en este libro y aprende de él lo que las cosas son, y no de su propio capricho, y aprende el arte y el gobierno divino, y por consiguiente se hace a Dios semejante y unánime, y ve con Él que cada cosa es buena y que el mal es relativo, y máscara de las partes que representan gozosa comedia al Creador, y consigo goza, admira, lee y canta al infinito, inmortal Dios, Primera Potencia, Primera Sapiencia y Primer Amor, de donde todo poder, saber y amor deriva y es y se conserva y muda, según los fines que se propone el alma común, que del Creador aprende, y siente el arte del Creador presente en las cosas, y mediante aquél cada cosa hacia el gran fin guía y mueve, hasta que cada cosa se haga cada cosa y muestre a toda otra cosa las bellezas de la idea eterna."
T. Campanella, Del sentido de las cosas y de la magia.
Trad. Juan Andrés Iglesias
Se suele considerar al Renacimiento como una época histórica excepcional para la humanidad ya que este período es el inventor del mundo moderno, es decir del progreso, y ha dado lugar a la ciencia, la técnica y todo aquello de lo que goza el hombre contemporáneo al haberse impuesto sobre la oscuridad e ignorancia de la Edad Media. Esta visión generalizada tiene como contrapartida otra igualmente ilusoria; se trata de la de aquellos que ven en este período histórico el fin de toda tradición al perderse la hegemonía religiosa y dogmática. En definitiva, es el mismo planteo, pero de signo inverso, a saber: se juzga la cuestión por determinadas características que se le atribuyen, a las que se supone malas o buenas, según la perspectiva que le asigna el espectador de acuerdo a una postura –generalmente un cliché– tomada de antemano.
Desde nuestro punto de vista la Edad Media se niega a ser considerada como un grosero infierno de ignorancia poblado de leyendas negras, y bien por el contrario vemos en ella una serie de esplendores manifestados en su arte (románico y gótico), la brillantez de sus cortes (como la de Alfonso X el Sabio entre otras), la variedad de sus ciencias (astronomía, alquimia y matemáticas) y sus técnicas (las innumerables artesanías que van desde los tapices y tejidos a la joyería y todo tipo de artefactos de uso cotidiano), muchos de ellos innovadores con respecto al legado clásico; algunos por mediación del Islam y otros por su propio acervo en correlación con la geografía de Occidente; todo ello sin olvidar su aporte intelectual en el que sólo nos bastaría nombrar a Dionisio Areopagita, Scoto Erígena, Robert Grossetteste, Bernardo de Tours, Teodorico y los hermanos De San Victor en la Chartres del siglo XII y la filosofía escolástica –la aceptemos o no– producida por iniciativa de Alberto Magno y signada por Tomás de Aquino y sobre todo por el aporte posterior de esta escuela de sacerdotes dominicos, formada por el maestro Eckhart, Enrico Suso y Juan Tauler, a los que habría que agregar el genio florentino de Dante y la inmensa construcción de suDivina Comedia.1 
Por otra parte la visión esquemática de un Renacimiento liberador del hombre en cuanto lo independiza de oscuros saberes y le otorga una novedad absoluta con la que se rompen las cadenas que lo aprisionaban, es aceptada hoy únicamente por aquellos que siguen a éste o al otro rebaño igualmente simplificador que "opina" lo contrario: o sea que la tradición se acabó definitivamente en el Medioevo. Ambos se equivocan simplemente porque no se han tomado el trabajo de estudiar los numerosos elementos que se encuentran hoy a consideración, dada la gran cantidad de investigaciones que se han producido en los últimos decenios sobre el particular.
El Renacimiento, como su nombre lo indica, es un período histórico donde surgen nuevas posibilidades latentes en la propia historia de Occidente, frente a valores ya caducos de la organización medieval que, como todos los períodos históricos y en virtud de la dialéctica que los opone, se transforman permanentemente en nuevas realidades, abonando así el discurso de la historia. En ese sentido es que su nombre, relacionado con un nuevo nacimiento de posibilidades dormidas de la antigua ciencia sapiencial que corre desde los egipcios, griegos y romanos –con el aporte de numerosos pueblos que la han engrosado–, y que desemboca afortunadamente, valiéndose de una serie de hechos claves, en el período histórico al que estamos haciendo mención, posee validez propia.
Es así como una corriente –influida por Bizancio y el pensamiento griego–2 comienza a manifestarse en la Italia del siglo XV, centro otrora del antiguo poder romano y su cultura, sede también de la Iglesia Católica, aunque no se oponen estos nuevos valores sapienciales a los del cristianismo, sino que bien por el contrario, encuentran su conjunción, de la que participan sabios de un acendrado conocimiento metafísico encarnado por religiosos y laicos de la talla de Nicolás de Cusa, el cardenal Bessarion, el también cardenal Egidio de Viterbo, y sobre todo Marsilio Ficino, el representante más destacado de esa corriente que complementa el cristianismo con la filosofía de Platón y Hermes Trimegisto.
Sin olvidar las artes y la ciencia experimental, llamada magia natural –que tiene en esa época sus orígenes– conformando una sola doctrina donde se conjuga la belleza con la sabiduría, comprendiendo todos los aspectos de la naturaleza y la vida del hombre en la armonía única que manifiesta la Ciencia Sagrada, que considera al ser humano como un modelo del Cosmos.
Esta etapa de esplendor del auténtico Renacimiento, antes de ser disuelto por los intereses de la Reforma y la Contrarreforma, es decir por las guerras religiosas, o mejor, simplemente por la religión en detrimento de la sabiduría y el conocimiento tradicionales, pese a que ha sido tratada por numerosos autores desde hace años en sus múltiples aspectos, se sigue desconociendo. Nos referimos al espíritu que irrumpió en Florencia en el siglo XV en la corte de Cosme y Lorenzo de Médicis, y que se proyectó inmediatamente en toda Italia y posteriormente a Francia, Alemania, Inglaterra, etc., e incluso España, hasta el siglo XVII –e incluso comienzos del XVIII–, tomando la forma del Iluminismo Rosacruz y la Ilustración, nombres que designan a una misma corriente de pensamiento cuyos epígonos han subsistido hasta el presente. Investigadores de la talla de Eugenio Garin, P. O. Kristeller, François Secret, Ioan P. Culianu, J. Godwin y otros muchos, que han tratado el Renacimiento desde sus múltiples facetas, se han dedicado a ello. También y especialmente la escuela del Warburg Institute, inspirador del método iconográfico: Wind, Walker, Panofsky, Saxl, Yates, etc., quienes nos brindan un panorama preciso, hermoso y armónico de la Tradición Hermética en el primer Renacimiento, antes de ser empañado por las huestes literales y el bajo intelecto, ligado a la pasión de la Reforma y la Contrarreforma, como hemos dicho.
Y fueron ellas las que destruyeron el primigenio soplo vivificador que lo animaba al punto de dejar casi sin huella ciertas artes de origen clásico que se produjeron durante este período histórico y que hemos llamado a nuestros efectos las artes ignotas del Renacimiento, a la par que condenaban a los sabios y las obras a ellos vinculadas; de lo que dan testimonio con su vida entre otros Tomás Moro y Giordano Bruno.
Entre dichas artes –tal el Arte de la memoria practicado por este último– queremos destacar otra que, con precedentes históricos en la antigüedad: Platón, Plutarco, Cicerón, etc., se efectiviza en el Renacimiento por obra del autor inglés: Tomás Moro, que la bautiza con el nombre de Utopía (U= ningún, nada; topos = lugar) y que es imitada posteriormente por otras obras renacentistas en el mismo sentido: Campanella, V. Andrae, F. Bacon, etc., las que incluso siguen hoy actuales de una u otra forma, ya que junto con otros valores que acuñó dicho periodo, basándose en la antigüedad, han sido capaces de proyectarse hasta nuestras fechas manteniendo así su vigencia, y por ello mismo los contenidos de nuestra cultura.
La original investigadora del dicho Warburg Institute, Frances A. Yates, que con su documentada labor ha esclarecido tal vez la mayor parte de estas artes ocultas del Renacimiento y a quien no tenemos inconveniente en seguir aquí nos dice de G. Bruno:
el aspecto de su obra que Bruno consideraba más importante era el intenso entrenamiento de la imaginación en sus artes ocultas de la memoria. En esto continuaba una tradición del Renacimiento que tenía también sus raíces en el resurgimiento del hermetismo, pues la experiencia religiosa de los gnósticos herméticos consistía en reflejar el universo dentro de la propia memoria.3 
Y agrega:
la insistencia en el aspecto hermético y mágico del pensamiento de Bruno no desacredita su significativa contribución a la historia del pensamiento. Ejemplifica el impulso religioso hermético como fuerza motivadora detrás de la formulación imaginativa de nuevas cosmologías.
Para terminar:
en la fase hermética del pensamiento europeo, que fue el preludio inmediato a la revolución del siglo XVII, [en Inglaterra] Bruno es una figura destacada. Observándolo bajo esta luz, la vieja leyenda del martirio del pensador avanzado vuelve casi a ser verdadera, aunque no en el antiguo sentido.
Efectivamente, después de seguir la vida, obra y pensamiento de Giordano Bruno de modo extenso4 y luego de haber tratado a lo largo de otros estudios una serie de temas del Renacimiento Italiano a través de un recorrido que desemboca finalmente en la Inglaterra Isabelina y se prolonga históricamente en el movimiento Rosacruz, el Iluminismo filosófico-científico y la Masonería actual, caen nuestras concepciones acerca de las ideas generalizadas que se tienen sobre ese período y su manifestación que, aún produciéndose de manera más o menos oculta no deja de signar y ser el origen en definitiva de toda la Historia del Occidente moderno, ya que de hecho constituye hoy el bagaje de ideas de cuya herencia subsistimos.
En otro lugar de la obra ya citada la autora afirma que:
En la Utopía de Moro, publicada por primera vez en latín en 1516, la religión de sus habitantes viene descrita del siguiente modo: "Unos veneran como dios al Sol, otros a la Luna, otros a uno de los demás planetas; hay quienes consideran a un hombre cuya virtud y fama resplandecieran en el pasado no sólo como un dios, sino incluso como Dios supremo. Con todo, la inmensa mayoría, y precisamente los más juiciosos, no creen nada de todo esto, sino en un único ser sobrenatural desconocido, eterno, inmenso, inefable, muy superior a la comprensión de la inteligencia humana, extendido por nuestro universo entero no en tamaño sino en poder. El origen, el crecimiento, el desarrollo, las vicisitudes y finales de todas las cosas, sólo a él los atribuyen, y a nadie sino a él tributan honores divinos."
Aunque aclara que:
Cuando un habitante de Utopía, convertido al cristianismo, se fanatiza y empieza a condenar a las restantes religiones, es severamente censurado y desterrado.
"Pues entre sus leyes más antiguas cuentan con la siguiente: a nadie debe servir su propia religión como motivo de perjuicio. En efecto, Utopo [...] decretó que cada cual pudiera practicar la religión que más le agradara e incluso hacer todo lo posible para atraer a otros a sus propias creencias, con tal que las argumentara con amabilidad y moderación y sin refutar las demás en términos violentos; si, a pesar de sus razonamientos, no convencía, que no acudiera a ningún género de violencia y se abstuviera de proferir injurias. Al que por este motivo disputa con vehemencia excesiva lo castigan con destierro o esclavitud."
Tomás Moro enunciaba los principios de la tolerancia religiosa antes de que diera comienzo la catástrofe del siglo XVI, antes de ser ejecutado, antes de que bajo el reinado de María tuvieran lugar los incendios de Smithfield, antes de que fueran torturados, bajo Isabel, los misioneros católicos, antes de las guerras de religión contra Francia y de la masacre de San Bartolomé, antes de la espantosa crueldad manifestada por los españoles en Holanda, antes de las ejecuciones en la hoguera de Servet, por obra de Calvino, y de Giordano Bruno, por obra de la Inquisición.
Sin duda todo esto nos ubica, por medio del estudio de la obra de dos pensadores a los que se rescata de la historia "oficial", en una perspectiva diferente a la que dábamos por sabida y nos presenta a la par una nueva posibilidad en lo que respecta a la Historia de las Ideas, es decir, a los motivos originales que conformaron la vida histórica de tal o cual pueblo en este o aquel período cristalizado de tiempo. En realidad la Historia permanece viva más allá de cualquier restricción temporal. Es tan actual ahora como lo fue en su momento si uno puede penetrar en ella. En particular si se encuentra sumamente cercana como la de griegos y romanos y ni qué decir del Renacimiento cuya perspectiva es casi contemporánea pues en él se ha gestado la Edad Moderna, y sus restos son prácticamente la única arca cultural con que contamos.
De todo esto se sigue que el Renacimiento no es lo que generalmente se cree, en uno u otro sentido, lo que sin duda es extensivo a la Edad Media y seguramente a toda valuación historiográfica basada en cualquier movimiento político o religioso, especialmente en lo que concierne a Occidente, y a la influencia de la Iglesia de Roma y sus oponentes cristianos, secundados en su momento por las otras religiones, específicamente el Judaísmo y el Islam cuando han tenido poder, aunque es sabido que es el Cristianismo el que ha prevalecido en la cultura europea y sus derivadas.

NOTAS
1Es interesante que estos últimos –incluso parcialmente el de Aquino– hayan tenido problemas con la autoridad religiosa, hasta dentro de su propia Orden a la que por otra parte le tocó el vergonzoso papel de ejecutora de la Inquisición.
2Estas ideas clásicas habían tenido un resurgir anterior por medio de los neoplatónicos, neopitagóricos y gnósticos –cristianos o no– en ambas orillas de la cuenca del Mediterráneo, focalizándose particularmente en la Alejandría de los primeros siglos de nuestra era, y desembocando en la síntesis magistral de Proclo (siglo V después de Cristo).
3Debe destacarse aquí de modo particular la obra de Giulio Camillo El Teatro de la Memoria. El autor desarrolla a través de relaciones de imágenes, conceptos y vivencias, un sistema que presenta como un simple método mnemotécnico de raíz clásica pero que lleva intenciones mucho más altas, vinculadas con la "remembranza", o anamnesis platónica, la internalización de la doctrina cosmogónica, la contemplación del Arbol Sephirótico de la Cábala, y donde se describe un universo armónico, un mundo perfectamente construido en estructuras que ensamblan entre sí y permiten establecer los límites de un espacio otro, mágico por naturaleza, donde conviven todas las ideas como en el Jardín del Paraíso.
Para nosotros es importante la correspondencia de este sistema de juegos de relaciones con el Tarot de Marsella, o los distintos tarocchi italianos de la época, como los florentinos. Ver Giulio Camillo Delminio, L'idea del Teatro e altri scritti, Edizioni Res, San Mauro (Torino), Italia 1990, y nuestro El Tarot de los Cabalistas, Vehículo Mágico (Kier, Buenos Aires 1993) donde hemos relacionado el tarot y su arte, con el arte de la memoria.
4Giordano Bruno y la Tradición Hermética. Ariel, Barcelona, reimpr. 1994.

Ciudad del Sol

 
LA CIUDAD DEL SOL
FEDERICO GONZALEZ
Sin duda una de las figuras más señeras e importantes de una época tan fundamental como el Renacimiento, dentro de la pléyade de autores que lo conformaron, y que se debe destacar, es Tomaso Campanella (1568-1639), autor de una enorme bibliografía1, que tiene como una de sus obras cumbre a La Ciudad del Sol, texto basado como el de Moro2 en la filosofía teúrgica de Marsilio Ficino y heredera también del Picatrix, conocido ampliamente en la Edad Media y donde se describe la mágica ciudad –reparar en que la utopía es consustancial a la ciudad3– de Adocentyn construida en Egipto por Hermes Trimegisto: en ella una montaña que era coronada por un templo poseía un faro que iluminaba, de acuerdo a los signos astrológicos, a la construcción radial edificada en círculos concéntricos como el modelo original de la ciudad ideal narrada por Platón en el Critias. La Ciudad del Sol de Campanella tiene análogas cualidades, aunque merece destacarse que el propio Campanella, a semejanza de Bruno4 participó en una revolución en Calabria, donde pretendía instalar en política los conceptos expresados en su obra –y vertidos también en otra anterior denominada Aforismos políticos– lo que a temprana edad le significó un proceso por herejía, y que por cierto estaba relacionado con la acción militante en este sentido. Todo ello le valió a nuestro autor diferentes juicios por ese mismo cargo en los que pasó preso veintisiete años de su vida y en los que escribió innumerables tratados sobre teología, metafísica, astrología y magia. Heredero de Marsilio Ficino, como se ha dicho, los planetas tenían para él una influencia extraordinaria no sólo sobre la psiqué humana sino sobre todas las cosas y en todo tiempo y lugar, ya que constituían la cosmización permanente del Universo que era visto como un animal gigantesco que tal como el hombre poseía cuerpo y alma o sea que estaba animado perpetuamente y no podía repetirse puesto que cada una de las variables posibles era una singularidad propia de su manifestación. De hecho esta es, explicada mal y brevemente, la fundamentación de cualquier magia y las analogías y correspondencias que mantienen el microcosmos y el macrocosmos. Y tal como Marsilio Ficino, se entregaba a ritos estelares que eran acompañados por aromas y perfumes especiales, música adecuada, vestimenta apropiada, incantaciones e incluso por la ingesta de vino con el propósito de atraer las energías celestes a la máquina del mundo –y a las situaciones particulares o generales– las que eran también reproducidas en talismanes, jeroglíficos, amuletos, o pantáculos que recogían el poder de estas energías para aplicarlas de modo benéfico.

Tomás Campanella, grabado en madera. En el ángulo superior derecho el númen toca con su dedo la campanilla –campanella– que nos despierta.
Desgraciadamente desde el comienzo tanto la obra de Moro como la de Campanella, a pesar de que en círculos de tipo filosófico se tomaran en el sentido esotérico en que habían sido escritas, la mayoría de sus lectores las entendió de modo literal, y no era para menos dada la crítica que se hacía en ellas de las sociedades de su tiempo. En una visión de tipo esotérico existen distintos planos o lecturas de una misma realidad que no se excluyen ni interfieren entre ellas; el hecho de que Moro hiciera una crítica exacta de los males que aquejaban a la Inglaterra de su época puede también ser visto como una descripción de las pasiones individuales, –incluso las propias–, que asolaban de forma más o menos oculta a todos los miembros de la sociedad y les impedía por ende cualquier posibilidad de otro tipo de conocimientos tanto de sí mismos como de otros planos de la realidad que aquellas pasiones velaban a los sujetos; igualmente la descripción de los males del mundo para rechazarlo y a través de esa negación efectuar el paso de lo profano a lo sagrado.5
De hecho estas variables que han tomado formas sociales y económicas referentes a la constitución de los Estados, es decir políticas (recordar que polis significa ciudad en griego, lo cual como ya dijimos es propio de estas Utopías), se han prolongado hasta nuestros días negando cualquier otra pretensión de conocimiento. Sin embargo algunos autores modernos como Pedro Rodríguez Santidrián han visto con claridad que separadas de su contexto esotérico no serían sino banalidades a las que los autores por su propia trayectoria no podían haberse nunca prestado.
Es un libro clave, esotérico, iniciático, que necesita ser leído con atención,
nos dice el prologuista.6
La asimilación de la ciudad, o estado, con el propio ser humano7 y la divinidad viene de antiguo y así A. K. Coomaraswamy puede decirnos en su estudio "¿Qué es Civilización?" lo siguiente:
En el pensamiento de Platón hay una ciudad cósmica del mundo: la ciudad del estado, y hay un cuerpo político individual, y ambos son comunidades (griego koinônia, sánscrito gana). "Las mismas castas (griego genos, sánscrito jâti), iguales en número, han de hallarse en la ciudad y en el alma (o sí mismo) de cada uno de nosotros"8; el principio de la justicia es el mismo en todo, a saber, que cada miembro de la comunidad cumpla las tareas para las que ha sido dotado por la naturaleza; y el establecimiento de la justicia y el bienestar de la totalidad depende, en cada caso, de la respuesta a la pregunta: ¿Quién gobernará, lo mejor o lo peor?, es decir, ¿una única Razón y Ley Común, o la multitud de los hombres ricos en la ciudad exterior y la de los deseos en el individuo? (República 441, etc.).

¿Quién llena, o puebla, estas ciudades? ¿De quién son estas ciudades, "nuestras" o de Dios? ¿Cuál es el significado del "gobierno de sí mismo"? (una pregunta que, como muestra Platón, República 436b, implica una distinción entre el gobernante y el gobernado). Filón dice que: "En lo que concierne al poder (kyriôs), Dios es el único ciudadano" (monos polites,Cher, 121), y esto es casi idéntico a las palabras de la Upanishad: "Este Hombre (purusha) es el ciudadano (purushaya) en todas las ciudades" (sarvasu pûrshuBrihadâranyaka Upanishad II.5.18), y no debe considerarse como contradicho por esta otra afirmación de Filón, a saber, que "Adam (no 'este hombre', sino el Hombre verdadero) es el único ciudadano del mundo" (monos kosmopolitesOpif. 142). Nuevamente, "Esta ciudad (pur) es estos mundos, la Persona (purusha) es el Espíritu (yo'yam pavate = Vâyu), a quien, porque habita (shete) esta ciudad, se le llama el 'Ciudadano' (puru-sha), Shatapatha Brâhmana XIII.6.2.1 –como en Atharva Veda X.2.30, donde "Al que conoce la ciudad de Brahma, por cuyo motivo la Persona (puru-sha) se llama así, ni la visión ni el soplo de la vida le abandonan en la vejez", aunque ahora la "ciudad" es la de este cuerpo, y los "ciudadanos" sus facultades dadas por Dios.9
Pero volvamos a la obra del dominico y señalemos otro de sus escritos primeros: La Monarquía de España, país que tenía el poder hegemónico del mundo durante la época de los Habsburgo (y contra la cual paradojalmente se rebeló en Calabria y se le castigó con su primer encarcelamiento) en el que sostiene la posibilidad de un solo Emperador en un reino unificado bajo la religión católica, todo ello bajo la tutela espiritual del Papa, el emisario de Dios sobre la tierra, lo cual tiene singular relación con el gobierno de su ciudad solar, aunque en esta última el poder real y el espiritual se hallaban unificados en una sola persona; estas ideas le valieron la simpatía del papa Urbano VIII quien le liberó de su prisión romana y lo hizo su astrólogo y hombre de confianza y al que convenció parcialmente de crear un grupo de misioneros aleccionados por Campanella que irían a predicar estas ideas por toda Europa. Amenazado por un nuevo proceso pasó a Francia donde trató de que esta misión fuera aceptada por Luis XIII, aunque no consiguió convencer al monarca pese al apoyo que le brindó el célebre y poderoso cardenal Richelieu.
Casi todas las utopías son insulares, como ya lo hemos mencionado, al igual que numerosas cosmogonías como la china, la hindú y la tolteca, entre otras, donde la isla dentro de las aguas está representada por un animal mítico. En el caso de la Atlántida según el Critias de Platón, la ciudad de esta isla tenía las siguientes características:
A partir del mar, cavaron un canal de trescientos pies de ancho, cien de profundidad y una extensión de cincuenta estadios hasta el anillo exterior y allí hicieron el acceso del mar al canal como a un puerto, abriendo una desembocadura como para que pudieran entrar las naves más grandes. También abrieron, siguiendo la dirección de los puentes, los círculos de tierra que separaban los de mar, lo necesario para que los atravesara un trirreme, y cubrieron la parte superior de modo que el pasaje estuviera debajo, pues los bordes de los anillos de tierra tenían una altura que superaba suficientemente al mar. El anillo mayor, en el que habían vertido el mar por medio de un canal, tenía tres estadios de ancho. El siguiente de tierra era igual a aquél. De los segundos, el líquido tenía un ancho de dos estadios y el seco era, otra vez, igual al líquido anterior. De un estadio era el que corría alrededor de la isla que se encontraba en el centro. La isla, en la que estaba el palacio real, tenía un diámetro de cinco estadios. Rodearon ésta, las zonas circulares y el puente, que tenía una anchura de cien pies, con una muralla de piedras y colocaron sobre los puentes, en los pasajes del mar, torres y puertas a cada lado. (115d-116a).
La Ciudad del Sol tiene una estructura análoga según podemos observar:
En el centro de una vastísima llanura surge una elevada colina, sobre la cual descansa la mayor parte de la Ciudad. Sin embargo, sus numerosas circunferencias se extienden mucho más allá de las faldas del monte, de modo que el diámetro de la Ciudad tiene dos o más millas, y siete el recinto íntegro. Mas, por el hecho de encontrarse edificada la Ciudad sobre una colina, su capacidad es mayor que si estuviera en una llanura. Se halla dividida en siete grandes círculos o recintos, cada uno de los cuales lleva el nombre de uno de los siete planetas. Se pasa de uno a otro recinto por cuatro corredores y por cuatro puertas, orientadas respectivamente en dirección de los cuatro puntos cardinales. La Ciudad está construida de tal manera que, si alguien lograre ganar el primer recinto, necesitaría redoblar su esfuerzo para conquistar el segundo; mayor aún, para el tercero. Y así sucesivamente tendría que ir multiplicando sus fuerzas y empeños. Por consiguiente, el que quisiera conquistarla, tendría que atacarla siete veces. Mas yo opino que ni siquiera podrá ocupar el primero de ellos: tal es su anchura, tan lleno está de terraplenes y tan defendido con fortalezas, torres, máquinas de guerra y fosos.10

Esquema volumétrico en forma de zigurat, de la Ciudad del Sol, según descripción de Campanella. G. Reale y D. Antiseri, Historia del Pensamiento Filosófico y Científico II.
La ciudad es un mandala vivo, y por lo tanto un talismán e instrumento mágico que toca a la totalidad de los pobladores que viven allí, es decir al ser humano individual –y a todos los hombres– en su integridad.
En la Utopía de Moro se destacan los jardines, las huertas, es un vergel que recuerda a Virgilio en sus Bucólicas y a una metrópolis paradisíaca, y se dice que el plano y la ejecución de este proyecto se deben al propio fundador, Útopo; por otra parte, de las casas se puede entrar y salir libremente, y se comparten y se cambian cada diez años.
En cuanto al gobierno de la Ciudad del Sol –en la que juega un papel tan importante la aritmética pitagórica como la astronomía-astrología– Campanella es particularmente claro en su exposición.
Su forma de gobierno es teocrática: Existe un príncipe sacerdote llamado Metafísico que acompañado de otros tres príncipes adjuntos ostentan tanto el poder temporal como el espiritual. Las ciencias y las artes se hallan expresadas en un solo libro que se encuentra pintado sobre los muros de la ciudad y que se aprende desde niños como jugando. En ese libro están explicados e ilustrados la totalidad de los conocimientos en todos los ámbitos derivados de las siete artes liberales.
Las propiedades, los alimentos, los conocimientos y aún los hijos y las mujeres son compartidos; ello se debe a que de ese modo no se posee amor propio ni todos los vicios derivados del individualismo y la propiedad. En estos aspectos Campanella hace puntualizaciones y aclaraciones que por numerosas no podemos enunciar aquí. Luego el poder se comparte con una cantidad de oficiales encargados de enseñar y gobernar un espacio entre otros denominado "virtud" en el sentido que tenía en la antigua Roma el término, y que es entregado a aquellos que se han destacado en esa rama desde pequeños. El poder se reparte de modo cuaternario entre los príncipes y todos los habitantes tienen un jefe siendo el supremo el Metafísico, llamado Sol (o Hoh). Todos se instruyen en la totalidad de las ciencias y las artes que van desde la filosofía hasta los oficios mecánicos y artesanales bajo la guía de estos cuatro jefes que producen oficiales. El candidato o llamado a gobernar debe conocer el conjunto íntegro de las ciencias y artes: matemáticas, física, astrología, etc. etc., las que aprende con suma rapidez, pero se aclara que "no se interesa por conocer las lenguas pues tiene intérpretes", aunque por encima de todo es necesario para llegar a ser Sol que sea metafísico y teólogo.
Los solares (los habitantes de la Ciudad), en cuanto a la posibilidad de que un sabio de este tipo sepa gobernar, piensan que tal vez no sea algunas veces muy eficiente, aunque jamás será tirano, o cruel, o perverso.
A continuación se explica que estos sabios metafísicos que llegan a poseer el título de Sol no tienen que ver con los literales que han aprendido de memoria a Aristóteles, o a este o aquel autor, desarrollando un intelecto servil y libresco que empobrece el alma y que más bien es ignorancia, aunque esto no sucede a los que son de mente despejada y rápida que han sido entrenados para pensar por sí mismos. Practican además deportes y juegos y se ejercitan en el arte de las armas; todos estos trabajos y estudios son comunes a mujeres y hombres, sin embargo a estos últimos les corresponden las tareas para las cuales se necesita mayor vigor físico.
Y sigue explicando Campanella puntillosamente las condiciones de su ciudad del Sol de las que hemos señalado algunas de las características a nuestro entender más relevantes siendo imposible por las dimensiones de este artículo explayarnos en cada uno de los temas que toca, aunque destaca la guerra, la salud, la política, la moral, todas ellas derivadas de la organización cosmogónica. Los oficiales y los jefes dependen de un príncipe llamado Sabiduría (uno de los tres mencionados anteriormente) menos el Metafísico que es el Sol, y se reúnen durante la luna nueva y la llena para tratar los asuntos de la ciudad, etc. etc.
Se dice también que honran al sol y a las estrellas como seres vivientes y sirven a Dios bajo el símbolo del Sol y por ello sus sacerdotes los invocan junto con los Astros y el cielo, tomando a la creación como un templo. Piensan que es
verdad lo que dijo Cristo de que habrá señales en las estrellas, en el sol y la luna, que a los necios no les parecerán verdaderas, pero les llegará, como ladrón nocturno, el fin del mundo.
Finalmente
admiten que en el mundo hay una gran corrupción y que los hombres se comportan locamente y no con razón, y que los buenos sufren y los malos mandan
lo que es para nosotros una realidad obvia que ya era evidente en el siglo XVI en el que nació Campanella y engendró su Utopía: La Ciudad del Sol.

NOTAS
1Recogida por L. Firpo: Bibliografia degli scriti di Tomasso Campanella, Turín 1940.
2Ver aquí, "Necesidad de la Utopía".
3Y casi siempre a una isla como es igualmente el caso de la de Moro y Campanella.
4Con el que tiene numerosos puntos en común: ambos eran dominicos, del sur de Italia, y se sentían impulsados por la idea de una misión de tipo hermético aplicable a la sociedad (ver Frances A. Yates, Giordano Bruno y la Tradición Hermética, Ariel, Barcelona 1983). Es de destacar la estrecha participación de Bruno en el Arte de la Memoria, otra ciencia ignota del Renacimiento, también de origen clásico, estudiado por la misma autora miembro del Warburg Institute de Londres que tanto ha contribuido a investigar el Renacimiento, como llevamos dicho. F. A. Yates: El Arte de la Memoria, Taurus, Madrid 1974; Ensayos Reunidos I: Lulio y Bruno, II: Renacimiento y Reforma, III: Ideas e ideales del Renacimiento en el Norte de Europa, FCE, México 1990, 1991, 1993; La Filosofía Oculta en la Epoca Isabelina, Id., 1992; Las últimas obras de Shakespeare, Id., 1986.
5Los errores que se denuncian en las Utopías y que justifican precisamente a las Utopías mismas por razones de tipo cíclico –en particular en un fin de ciclo cualquiera– vuelven a ser actuales en el presente ya que se repiten de modo análogo y de manera prototípica. La Utopía como tal no tiene espacio ni tiempo puesto que como estructura circular basada en el pasado se proyecta hacia un futuro creando un presente donde pasado y futuro son abolidos llegando a representar así el verdadero sentido oculto de la Utopía, el del Eterno Presente, siempre inalcanzable.
6Introducción a: Tomás Moro, Utopía. Alianza Editorial, Madrid 1990.
7Este no sólo es un tema platónico en la República (sobre las partes del alma) sino que en pleno Renacimiento fue tratado por Alfonso de Valdés en 1529 en un diálogo entre Mercurio y Carón, donde un rey y filósofo cristiano llamado Polydoro, posee su reino en el interior del alma y sus estados de conciencia.
8"El Alma Inmortal (el Sí mismo) de Platón, y las dos partes del alma mortal (el sí mismo), junto con el cuerpo mismo, constituyen el número normal de las 'cuatro castas' que deben cooperar para el beneficio de la comunidad entera."
9Publicado en The Albert Schweitzer Jubilee Book, ed. A. A. Roback, Sci-Art: Cambridge, Mass., 1945.
10Por otra parte Tenochtitlan, la capital de México, también se encontraba asentada sobre un lago, y cuatro vías la unían a su centro atravesando diversos fosos de agua, según consta en varias crónicas y en el mapa elaborado por Hernán Cortés.

Ciudad Ideal: CRISTIANOPOLIS

Variaciones de ciudades fortificadas poligonales de Pietro Cataneo, 1554.

CRISTIANOPOLIS
FEDERICO GONZALEZ
Abordamos ahora el tema de Cristianópolis, Utopía debida a la mano de Juan Valentín Andrae, autor del que hemos dicho ya algunas palabras en relación con la paternidad que se le atribuye referida a los famosos Manifiestos Rosacruz, recién tratados, que aparecen de modo anónimo como voz de una Fraternidad, real pero invisible, expresando el pensar de una Escuela de Conocimiento, siempre presente, en la exposición de una Filosofía Perenne.1
La particularidad más saliente a simple vista de esta utopía, desde el inicio signada por su propio nombre, es la de una ciudad ideal –pero debe destacarse que el propio autor reunió grupos de trabajo muy reales bajo esta misma idea–, esotérica, mas fundamentalmente cristiana, influida por el catolicismo, aunque es el paradigma, pudiera decirse, de una comunidad reformada, es decir, protestante; debe recordarse que su autor era pastor, de una familia de clérigos importantes y que consideraba al Papa como al Anticristo.
También está claro a simple vista que Andrae se propone continuar la tradición modélica renacentista de las utopías, como hemos visto inaugurada por Tomás Moro y seguida por la de Tomasso Campanella y otros autores.
De más está decir que estas utopías son estudiadas desde nuestro punto de vista, es decir, desde la Tradición Hermética, razón por la que destacamos los elementos esotéricos presentes en ellas, o sea, su relación con una Tradición directamente vinculada con el Conocimiento, heredera de las Escuelas Mistéricas de la antigüedad ejemplificadas por la obra de Hermes Trimegisto, Platón y Proclo que revivieron en el Renacimiento y se prolongaron hasta la época en que fue escrita esta utopía; señalaremos así los elementos más claros de esa pertenencia, tocando sólo de modo secundario todo lo concerniente a sus aspectos sociales, legales y económicos que son los que la crítica más ha investigado.
Efectivamente en el Renacimiento fue cuando se produjo una vuelta a la Filosofía Perenne, a la Cosmogonía y la Teosofía clásicas, y se asistió a un resurgimiento de los valores tradicionales de la antigüedad que pasaron a revestir formas nuevas que comenzaron a manifestarse en Italia en el siglo XIV y se extendieron por todo Occidente hasta el siglo XVIII, sobreviviendo arduamente a la Reforma y la Contrarreforma para proyectar sus epígonos, ya débiles, hasta nuestros días.
Durante esta época se hace inmenso el mundo del hombre europeo: por una parte la Historia se ha hecho mucho más extensa al volverse el hombre a sus orígenes "clásicos" y aun anteriores, ingresando en un espacio otro, en un ambiente de evocación apropiado para la anamnesis y apto para entroncar con el sentido del mito; por otra parte se han expandido hasta los límites de la fantasía y la posibilidad indefinida las marcas de lo conocido y se penetra en un mundo ilimitado. Además la nueva geografía se va ampliando constantemente, revelando lugares, gentes y formas desconocidas. A ello viene a sumarse la visión tridimensional del cosmos, en profundidad, debida a Copérnico y Galileo, donde la tierra pasa a ser vivida no como el centro del mundo, sino como un satélite del sol en un espacio volumétrico que se hace casi infinito. Desde luego que todo ello conlleva un cambio radical de mentalidad en el hombre del Renacimiento, época a partir de la cual puede advertirse un verdadero precipitarse de la historia a una velocidad geométricamente proporcional a su contenido, hasta nuestros velocísimos días donde no contamos con tiempo para nada, y se piensa que esa historia ha llegado a su fin.
Acabamos de señalar el sentido del mito y añadiremos que la mitología describe las aventuras, los caracteres y los escenarios de sus protagonistas, los dioses, habitantes de la ciudad del cielo. Estos dioses intermediarios son la respuesta a nuestra búsqueda del Conocimiento, grados de un Ser Universal que se manifiestan como entidades que los distintos pueblos del mundo han llamado de ésta o aquella manera. La Utopía reúne de este modo al tiempo mítico en un espacio virtual. En Cristianópolis conviven estas coordenadas bajo el lema: piedad, probidad y erudición, que se oponen a otra tríada, la de la religión, idéntica a la hipocresía, la política, asimilada a la tiranía y la academia, igual a la sofística, siguiendo en esto a Campanella.
Otro texto clave de Juan Valentín Andrae, ya nombrado, es Las Bodas Químicas de Christian Rosenkreutz, obra dividida en 7 jornadas y viajes, donde se describe el matrimonio alquímico del azufre y el mercurio, es decir la perenne coniuctio opossitorum como forma de trabajo hermético, para procurar la Iniciación o proceso del Conocimiento.
Las Bodas Químicas es un texto simbólico, repleto de referencias míticas y cabalísticas y estrechamente emparentado tanto con la Fama y la Confessio, como con la propia Cristianópolis.
Esta última se halla situada en la isla de Cafarsalama, (Aldea de Paz) que se encuentra en la Antártida y es descubierta casualmente a raíz de un naufragio simbólico de la nave de la fantasía, agitada por los torbellinos de la envidia y la calumnia, por el propio Juan Valentín Andrae.
En castellano no había una traducción de este libro, escrito originalmente en latín y publicado en 1619; tampoco se encuentran salvo en algunas bibliotecas europeas versiones de ella en francés o inglés, por lo que debemos agradecer al traductor y autor de la introducción Emilio García Estébanez,2 con cuya versión nos manejaremos aquí. Sin embargo el comentario del texto no admite la posibilidad de una conexión de Cristianópolis con algo más allá de una visión piadosa y cristiana de una comunidad.
A diferencia de Moro y Campanella la Cristianópolis de Andrae no es una ciudad-estado, o la capital de una nación, sino más bien un castillo medioeval con un villorrio a los pies, o una comunidad religiosa, o mejor una ciudad universitaria, cual Oxford y Cambridge en Inglaterra, o aún más pequeña, ceñida a un colegio, ya que el mismo hecho de estar diseñada para sólo 400 personas, la convierte en un convento, o un colegio que, como un módulo, podrá repetirse a lo largo de un país, aunque Andrae no es preciso ni coherente respecto a cuál es exactamente la naturaleza de su proyecto en este sentido. Pero sí es preciso en el número de sus habitantes y en que se trata de un gran establecimiento de enseñanza poblado por matrimonios y sus hijos que conviven como una especie de orden religiosa donde la piedad cristiana se da la mano con la sabiduría de todos los tiempos. En ese sentido se ha señalado el parentesco en muchos aspectos con las escuelas de los jesuitas y con su orden, fundada por Ignacio de Loyola poco tiempo antes, aunque debe reiterarse el carácter sexual mixto de Cristianópolis.
La comunidad tiene un trazado concreto aunque curiosamente el autor da de él algunas descripciones detalladas dejando otras en el olvido. Textualmente dice lo siguiente:


Planta de Cristianópolis. Johannes Valentin Andreae, Reipublicae Christianopolitanae descriptio, Strasburgo 1619.



Alzado de la ciudad. Ibid.
Es cuadrada3, de 700 pies por cada lado, bien defendida por cuatro baluartes y un muro. Se orienta exactamente a los puntos cardinales. Está reforzada por ocho torres poderosísimas, repartidas por la ciudad, además de otras dieciséis menores, no desdeñables, y una ciudadela en el medio prácticamente inexpugnable. Las casas están dispuestas en dos filas o, si añades la sede del gobierno y los almacenes de la ciudad, en cuatro, con una sola calle pública y una sola plaza, muy majestuosa. Si mides las construcciones, verás que desde la calle interior, cuya anchura es de 20 pies, hasta el centro, donde está el templo, redondo, de 100 pies de diámetro, las medidas van subiendo de cinco en cinco. Si partes de las viviendas, entonces el espacio intermedio, los almacenes y el barrio tienen 20 pies cada uno, el muro 25. Las viviendas alcanzan todas tres pisos, a los que se sube por unos podios públicos.4
Para finalmente obviar el asunto diciendo que esto podrá verse mejor en el dibujo que acompaña a su texto, que en este trabajo por otra parte publicamos. Previamente nos dice, como Moro, al que cita, que todo se trata de un juego aunque hay que tomar con pinzas estas afirmaciones al igual que aquellas de negar la paternidad de los Manifiestos Rosacruz.
Pero a diferencia del autor inglés la guerra –aunque se contratan tropas mercenarias– no forma parte de esta sociedad reformista cristiana que la evita por todos los medios y sólo es aceptada en caso defensivo y a regañadientes. Igualmente en esta sociedad aristocrática y no monárquica, pues se consideraba que el puesto del Rey sólo podría tocarle al propio Cristo, no se admitían formas cercanas a la esclavitud, como era en cambio el caso de Moro y Campanella.
En la ciudad vivían seres que tenían el control de sí mismos, que luchaban contra el mundo, que aceptaban la muerte y que vivían en la contemplación del cielo y de la tierra, en el escrutinio de la naturaleza, en la armonía de todas las cosas, en la patria del Cielo y con la familia de Dios. Por el contrario no acogían a meros curiosos, fanáticos, "sopladores" que deshonran a la alquimia e impostores que simulasen ser hermanos de la Rosacruz.
A partir de su capítulo 8 se tratan con minuciosidad temas concretos, lo que hace que se pueda pensar en Cristianópolis, con sus 400 habitantes, como en un colegio de funcionamiento posible, equilibrando el trabajo con el descanso, sobre la base de una economía autónoma.
En sus calles se congregaban todos los oficios, aunque a la sastrería y el bordado lo llevaban las mujeres. Se hacía oración pública y ciertos aspectos de esta utopía hacen pensar que pueda haber sido el modelo o haya influido en pequeños pueblos protestantes, calvinistas, cuáqueros y puritanos en U.S.A.
La propiedad es común y en principio todos están llamados a ejercer todas las artes y ciencias, incluso las mujeres. De otro lado las penas legales son leves y se trata de precaver en lugar de agregar más desgracia a los que han caído. No existe la pena de muerte, al igual que en Moro y Campanella. Nada se hereda y la mitad de la ciudad está regida por ocho autoridades que a su vez dirigen a otros ocho prefectos de modo paternal utilizando más el ejemplo que la palabra.
Hay también tareas públicas, que obligan a todos los ciudadanos, como las guardias, las rondas, la cosecha, la vendimia, la pavimentación de caminos, la construcción de edificios, la traída de agua […] que prestan todos por turno de acuerdo con su edad y sexo y que no son muchas ni prolongadas.
Nadie tiene su vivienda en propiedad y mudarse es aún más fácil que en la utopía de Campanella. El colegio es el corazón de la ciudad, marcando así su carácter. Juan Valentín se deleita en pequeños detalles y anota un triunvirato de autoridades, también dos cuatorviros y finalmente un senado de notables. Como se ve es vago en ello y generalmente al final de todas las descripciones hay una comparación con el mundo profano al que se anatematiza y una breve reflexión moral o doctrinal concluye los capítulos. Hay dos tablas –como las de la ley mosaica– fundamentales, donde se hallan inscriptos los principios religiosos y constitucionales, y usos y costumbres de esta ciudad, que todos sus habitantes conocen. Se distingue lo civil de lo religioso. Existe un teólogo: que a menudo está poseído por Dios y profiere palabras insólitas. Habla al pueblo una sola vez a la semana en el día del Sol.

Este es un supremo sacerdote, un sabio, queconsume todo su tiempo en meditaciones y prácticas sagradas.
Su esposa es una mujer extraordinaria que le ha dado prole y se llama simbólicamente "la conciencia". A continuación se mencionan otras autoridades como "el diácono", "el juez", "el erudito", estos dos últimos –que junto al teólogo constituyen el triunvirato– con sus respectivas mujeres: "la razón" y "la verdad" respectivamente. Así se siguen enumerando distintos ítems variados hasta llegar al acápite 44 denominado "El laboratorio" que tiene para nosotros un especial interés pues está dedicado a la alquimia, y del que queremos destacar algunas frases.

… el laboratorio, santuario de la sagacidad química, ricamente equipado con hornos ingeniosísimos y aparatos para hacer combinaciones y disoluciones.
Aquí se analizan, se purifican, se incrementan y se combinan las fuerzas de los metales, de los minerales, de los vegetales y también de los animales …
Aquí el cielo se marida con la tierra y se descubren los misterios divinos, impresos en la tierra también. Aquí se aprende a controlar el fuego, a utilizar el aire, a sopesar el agua y a experimentar la tierra. Aquí la mona de la naturaleza tiene a qué jugar reproduciendo los principios y construyendo de acuerdo con las huellas de la gran máquina una diminuta y preciosa. Aquí se estudia todo lo que el esfuerzo de la antigüedad desenterró y extrajo del pozo de la naturaleza …
Continúa su narración con importantes temas relacionados con la enseñanza y los ámbitos utilizados para ello. Hasta llegar a la metafísica y la Teosofía de las que se dice:
Aquí se contempla la verdad, la bondad, la belleza, la unidad, el orden y otras cosas semejantes con tanto mayor provecho cuanto que añaden la luz divina.
… la teosofía, no reconoce nada proveniente de la invención o investigación humanas, sino que todo se lo debe a Dios.
Es para pocos hombres y no deben ambicionarla ni siquiera los devotos …
En el acápite 62:
Siguen los estudiosos de la geometría, hermana carnal de la aritmética y que expresa equivalentemente con líneas lo que ésta con números.
Y se pasa a los números místicos. Con Campanella5 nuestro autor dice:
… pues Dios tiene sus números y medidas que conviene que el hombre contemple. Es seguro que el supremo Arquitecto no construyó esta poderosa máquina al azar, sino que la colmó de medidas, de números y de proporciones con extremada sabiduría, añadiendo el tiempo, repartido con una armonía admirable.
En el capítulo 64:
El cuarto auditorio es el músico al que no se puede acceder, sino después de la aritmética y la geometría, hasta tal punto depende del número y la medida.
Se continúa en el 67 y siguientes:
El quinto auditorio lo reivindica la astronomía, con no menos méritos ante el género humano que las otras artes. Al hacernos constar con increíble minuciosidad las mociones de los cielos y sus lentas rotaciones, los cursos y mutaciones de los astros, los sitios, disposiciones y distinciones de los planetas, así como el número y cantidad de las estrellas visibles y las proporciones que guardan entre sí, nos introduce ya poco menos que en el mismo cielo y le hace como tributario en este territorio nuestro.
En este mismo se encuentra la astrología, recomendable por muchos títulos. Lo que la tierra debe al cielo y lo que el cielo comunica a la tierra lo saben quienes los padecen. El sapientísimo Creador entretejió de tal manera su inmensa obra que en todo se mande y obedezca a sí misma.
De ahí que en lo que más insisten es en cómo dominar los astros y en cómo sacudirse su yugo …
¿No han sido célebres los servicios prestados a los creyentes por el sol, las estrellas, el arco iris, el granizo y el rocío, por citar sólo unos pocos?
Sin embargo: Los cristianopolitanos buscan y ansían el cielo espiritual por encima de todo…
Y de este modo hasta el acápite 100, donde termina la obra, de la cual hemos querido parafrasear lo anterior puesto que consideramos que esas citas la definen concretamente.
NOTAS
1 También el término Filosofía Perenne fue acuñado en el Renacimiento; así se llama una obra en diez volúmenes de Agostino Steuco considerado un teólogo católico publicada en Lyon en 1540. Se ha puesto en duda el significado de una Filosofía de ese tipo antes del conocimiento de Oriente y América y su cultura. Sin embargo la idea de unanimidad en Dios ya campeaba en esa época donde se conjugaban distintos pensamientos, especialmente el clásico con el cristiano.
2 Cristianópolis, Johann Valentin Andreae. Akal, Madrid 1996.
3 Como la Jerusalem Celeste que descenderá del Cielo al fin de los tiempos, o sea la cristalización del Conocimiento, la coagulación en términos alquímicos de las posibilidades implícitas en el ser humano por medio de los estados superiores de conciencia. Recordemos que Juan Valentín es milenarista, como Joaquín de Fiore y Cristóbal Colón, influencia que se ha señalado en su obra.
4 Una ciudad semejante, en una isla cuadrada y con una torre de siete niveles en su centro, se describe en un viaje que tiene lugar en la jornada V de Las Bodas Químicas de Cristian Rosenkreutz (Muñoz Moya Ed., Brenes, Sevilla 1988). Este viaje tiene analogías con el de Polia y Polifilo a una isla, Citera, patria de Venus, en una barca capitaneada por Cupido. Ver más adelante "Las Utopías del Sueño: Hypnerotomachia Poliphili". Ver también The Chemical Wedding of Christian Rosenkreutz, traducción de este libro de Andrae del latín al inglés por Joscelyn Godwin (Phanes Press, Grand Rapids MI 1991).
5 Almirante: – "Indudablemente ellos se apoyan en la doctrina pitagórica sobre el valor de los números. Mas no sé si obran por superstición ni tampoco si se basan exclusivamente en los números o bien en la medicina acompañada de los números".
Gran Maestre: – "En ello no hay superstición alguna, pues ningún canon o escritura divina ha condenado el valor de los números. Antes bien, los médicos se servían de él en los periodos o crisis morbosos. Además está escrito que Dios hizo todas las cosas con número, peso y medida. En siete días creó el mundo. Siete son los ángeles que tocan las trompetas; siete, los vasos; siete, los truenos; siete, los candelabros; siete, los sellos; siete, los sacramentos; siete, los dones del Espíritu; siete, los ojos en la piedra de Zacarías. Por eso San Agustín, San Hilario y Orígenes disertan ampliamente sobre la fuerza de los números y en especial de la del siete". (T. Campanella, La Ciudad del Sol ).